Hace algunas semanas leía un párrafo (no recuerdo en donde) en el que se decía lo siguiente: “Al reflexionar sobre Babel, Kafka explica que es falsa la idea de que la historia de Babel no pudo terminarse por la confusión de las lenguas. De acuerdo con sus lecturas, lo que sucedió fue otra cosa: la gente nunca se animó a poner la primera piedra porque pensaba que tenía tiempo. Sabemos la lección: cuando se tiene... tiempo no hay razón para actuar. El ser humano sólo se mueve cuando el tiempo se agota”. Asquerosa manía del ser humano.
Me gustaría agregar que también que el mortal actúa cuando la existencia se le agota, cuando se siente en la orilla del precipicio, cuando su propia historia le pasa por la frente en cosa de 5 segundos, se piensa encerrado y entonces grita, antes de estar arrinconado la vida sigue un curso monótono, inmundamente ocioso, cuando la muerte puede verla cara a cara entonces atiende el llamado a la acción. Pero, pareciera que ni siquiera estas experiencias de asombro nos hacen reflexionar, no parece suficiente que casi hayamos perdido la vida en un accidente, que la enfermedad que se nos diagnóstico como mortal haya desaparecido de una manera súbita, que el hijo que descarriado parecía ahora está desfalleciendo en un hospital, que la familia se está desbaratando frente a nuestra mirada atónita, que la economía de nuestra nación sigue cuesta abajo, que el país está en una guerra sangrienta desmedida, que la tierra que habitamos se derrite a diario… ¿qué jodida necesidad del individuo para tener que ir a los extremos de la experiencia negativa en la existencia diaria para así asomarse un poco sobre las aguas que le inundan y entonces dar las primeras brazadas y poder corregir hasta dónde pueda lo que lleva vivido?¿qué permanece en el sujeto cuando ya ha pasado sin mayor expectativa dichas experiencias que le hacen casi morir? Puede que recapacite por algunas horas, días o semanas, intenta recomponer el ordinario vivir, hace promesas que no se cumplen, arrepentido clama a cuanta “divinidad” se le predique, hace alianzas con imágenes y sortílegos, pseudo-ama a quién antes despreciaba, se propone a alcanzar lo que hasta hace pocos días atrás le causaba pánico; pero más pronto que nunca vuelve al círculo vicioso, a ser un tipo predecible, cíclico y despreciable, esperando nuevamente la cascada de escenarios negativos para poder darle una bofetada a su propia “razón” y resarcir el presente nuevamente; sin más se vuelve a su propio vómito.
Los hábitos desagradables reaparecen, regresan los vicios, el desánimo reverdece, la impaciencia lo hace su presa… no queda nada de aquel humano casi invencible que supero algunos eventos casi de muerte, nada de eso queda… piensa que aún le queda tiempo…
Somos la experiencia del límite: una vivencia sin alas para volar, ni branquias para respirar bajo el agua, ni conciencia capaz de comprender el universo, ni perpetuidad para reinar sobre el tiempo. En ese límite, nos asomamos a la nada, nos inclinamos hacia un dentro de sí de sensaciones y memorias y hacia un fuera de sí de locuras y pasiones: el dentro de sí es un coleccionista mezquino y el fuera de sí es una criatura amistosa y colectiva, el dentro de sí tiende a la posesión y el fuera de sí a la desposesión.
ASC//asc
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