En un texto que se llama La liquidación del Opio, Antonin Artaud desnuda la hipocresía de la moral burguesa y sus proclamas contra las drogas ilegales. Advierte que la verdadera amenaza es la negación de la angustia, el desalojo de las existencias que habitan en su malestar. Esos discursos del bien hacen creer que la voluntad de una persona podría vencer al sistema que fabrica voluntades.
Artaud se siente asqueado por el teatro de la virtud que esconde, detrás de sus gestos de bondad, los males del capitalismo. El sentido común dominante transforma la desigualdad, la injusticia y la explotación en fatalidades eternas. Toda su obra es un grito desencajado de la dolorosa historia humana.
Escribe: “Nacimos podridos en el cuerpo y en el alma, somos congénitamente inadaptados; suprimid el opio, no suprimiréis la necesidad del crimen, los cánceres del cuerpo y del alma, la propensión a la desesperación, el cretinismo innato, la viruela hereditaria, la pulverización de los instintos, no impediréis que existan almas destinadas al veneno, sea cual fuere, veneno de la morfina, veneno de la lectura, veneno del aislamiento, veneno del onanismo, veneno de los coitos repetidos, veneno de la debilidad arraigada en el alma, veneno del alcohol, veneno del tabaco, veneno de la anti-sociabilidad. Hay almas incurables y perdidas para el resto de la sociedad. Suprimidles un medio de locura, ellas inventarán diez mil otros. Ellas crearán medios más sutiles, más furiosos, medios absolutamente desesperados. La misma naturaleza es antisocial en el alma; es por una usurpación de poderes que el cuerpo social organizado reacciona contra la tendencia natural de la sociedad”.
“Nacimos podridos en el cuerpo y en el alma”: nacer es caer en una podredumbre. La existencia es un estado de descomposición. La descomposición no sólo alude a la hediondez de lo que muere, descomposición es el desarreglo que hace posible el deseo. La supresión de la angustia es un sueño brutal de la civilización. Abolida la angustia queda anonadada la existencia humana. Se consuma un genocidio sofisticado: el exterminio de la angustia como demanda voluntaria de autoeliminación.
Escribe Artaud: “Dejemos perderse a los perdidos, tenemos mejor cosa en que ocupar nuestro tiempo que tentar una regeneración imposible y además inútil, odiosa y dañina. En tanto no hayamos llegado a suprimir ninguna de las causas de la desesperación humana no tendremos el derecho de intentar suprimir los medios por los cuales el hombre trata de desencontrarse de la desesperación. Pues ante todo se tendría que llegar a suprimir ese impulso natural y escondido, esa pendiente especiosa del hombre que lo inclina a encontrar un medio, que le da la idea de buscar un medio de salir de sus males”.
Una pendiente especiosa, a la vez bella y terrible, inclina a los desesperados a buscar una salida. Pendiente como declive que empuja hacia un sitio que atrae; pendiente como lo que queda sin resolver, como tendencia que ansía una escapatoria. Salida, como se dice de la salida del sol, que anuncia el comienzo de otro día; salida de un callejón, de un encierro que inmoviliza. Artaud conoce que, para algunos, la imaginación alucinada por una sustancia es la última oportunidad de abrir agujeros en la pared. Pendiente porque se juega el pender mismo, el vivir colgado de una rama o de un hilo; pero el pender, también, como circunstancia humana de la espera, que es un modo de la angustia cuando se presenta desamordazada de la culpa y de la ansiedad.
Escribe Artaud: “El infierno es ya de este mundo y hay hombres que son desdichados evadidos del infierno, evadidos destinados a recomenzar eternamente su evasión”.
El infierno no es una amenaza futura: está presente en el mundo que habitamos todos los días. Italo Calvino sugiere distintas maneras de sufrir el infierno: una es aceptarlo y desearlo hasta el punto de hacerse uno mismo parte del infierno; otra es buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno. El secreto de los conjurados es darse tiempo para el contacto, morar en ese momento, inventar una pequeña comunidad de angustiados que hablan, ríen de sí mismos y proyectan otro mundo.
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